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lunes, 22 de junio de 2009

La Campanilla Dorada III

La mañana siguiente era sabado, por lo que no tenían que madrugar demasiado y pudieron quedarse en la cama hasta tarde. A media mañana se despertaron e hicieron el amor otra vez. Después de eso, una ducha y el desayuno como procedía, salieron a pasear y a aprovechar el maravilloso dia casi primaveral que se les presentaba. Fueron a un parque cercano, donde les gustaba ir a veces a pasear entre los arboles, rodeados de naturaleza, de niños que jugaban y eran felices…algunas veces soñaban que un dia, al menos uno de esos niños sería suyo. Después fueron a comer a un pequeño restaurante que conocían bien y les gustaba visitar de vez en cuando, y pasaron la tarde en el cine, viendo una de esas películas románticas que tanto le gustaban a Amparo.

Cuando llegaron a casa era ya de noche. Entraron por la calle de la urbanización donde estaba su casa y, llegando al jardín, quedaron los dos absolutamente blancos al ver que por la ventana del salón salían tres hombres jovenes, de mediana estatura, corpulentos, vestidos completamente de negro y con las caras cubiertas con pasamontañas. Como poseído por el mismo diablo, Carlos fué corriendo hacia ellos. Los ladrones, al verlo, se asustaron y trataron de huír rápidamente con todo lo que habían robado dentro de la casa. Carlos no les dió opción. Rápidamente empezó una gran pelea entre Carlos i los tres ladrones. Pero por mucho que Carlos era un hombre fuerte y valiente, nada podía hacer en inferioridad, y finalmente uno de los ladrones consiguió llegar hasta el coche, donde, a punta de navaja, obligó a Amparo a bajar. Al ver esta nueva y desagradable situación, Carlos quedó absolutamente petrificado por el miedo a que su mujer pudiera pasarle cualquier cosa. Carlos trató de negociar con los asaltantes, diciéndoles que no haría nada, que los dejaría ir y que no los denunciaría, pero que por favor soltaran a su mujer. El asaltante que la tenía inmobilizada, y con la navaja pegada a su cuello fino y delicado como ningún otro, parecía ser el líder de la banda. Ordenó los otros dos que se acercaran a su lado. Una vez que estaban los tres juntos, detras de Amparo, bien inmobilizada y con la navaja aún pegada al cuello, el líder de la banda preguntó a Carlos si era cierto eso que les había prometido hacía un segundo, a lo que Carlos respondió que si.

En aquel momento el lider dió la orden a los otros dos de cargar todos los objetos robados dentro de una furgoneta blanca que tenían aparcada a la puerta. Una vez que habían acabado, el líder volvió a insistir en su pregunta y, una vez mas, Carlos, que en aquel momento era la viva imagen de la desesperación y la tristeza, reiteró su respuesta afirmativa. En aquel momento, el líder de los ladrones estalló en una sonora carcajada. Sin decir nada en absoluto, pinchó la piel del cuello de Amparo y le hizo un corte seco del que brotó un rio de sangre sin fin. Carlos soltó un amargo grito de terror, dolor i rabia. Comenzó a maldecir a los tres ladrones, que escapaban entre risas en su furgoneta blanca, con todas las cosas que habíen sido capaces de robar de su casa. Unos vecinos, alertados por los gritos, habíen llamado a la policía, que no tardó ni diez minutos en llegar, seguida de una ambulancia para ayudar a Amparo, pero lamentablemente ya era tarde, había perdido demasiada sangre y estaba tendida en el suelo. Sin vida.

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