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miércoles, 1 de julio de 2009

La Campanilla Dorada VII

Bueno, pues como a partir de ahora, previsiblemente voy a estar bastante tiempo sin entrar por aqui, o, al menos, sin tener tiempo de actualizar y poner cosas nuevas, aqui teneis las dos últimas entregas de la historia. Sigo esperando críticas, opiniones y comentarios varios. Ahora que teneis la historia entera, quizás os será mas fácil tener una opinión que podais compartir conmigo.

Saludos.

Durante toda la noche, Carlos no pudo dormir. Pasó la noche dando vueltas en la cama pensando el porqué y el porqué no de todo eso que le había pasado, pero no llegó a ninguna conclusión. A la mañana siguiente, se lavó, se afeitó i bajó a desayunar en un bar cercano. Siempre pensativo, clavado en su mundo hermético y cerrado a todos. Mientras estaba parado junto a un semáforo una niña se le acercó.

-¿Señor, por que está triste?

Carlos la miró, con sorpresa, pero no respondió.

-Me llamo Clara- dijo la niña- y hoy no es un día para estar triste.

Y diciendo eso la niña salió corriendo en la dirección contraria. Clara estaba ese día muy feliz por que le habían dado las notas en el colegio y, como habían sido muy buenas, sus padres habían decidido premiarla llevándola al Circo y después a cenar al su restaurante favorito. Uno de aquellos restaurantes donde los niños son protagonistas, donde hay juegos para ellos, sus comidas preferidas, payasos, etc. Clara iba tan feliz, pensando en todas aquellas coses que le hacían tanta ilusión que empezó a cruzar la calle sin mirar ni darse cuenta de que venia un autobús que no la había visto y que, seguramente, si alguien no hacía alguna cosa, la atropellaría. Al darse cuenta de la situación, Carlos le gritó desesperadamente, pero la niña no lo escuchó. Esa niña estaba tan absolutamente feliz y despreocupada de todo en aquellos momentos, que no había visto venir al autobús como ahora tampoco no escuchaba los gritos de advertencia de Carlos, que había salido corriendo detrás de la niña.

El autobús estaba ja demasiado cerca. Al conductor no le daría tiempo a frenar. La tragedia era inevitable. Carlos tenía que hacer alguna cosa.

Llegó justo en el último segundo. Cuando todo parecía perdido, en el último momento, cogió a la niña por la cintura, la levantó en vuelo y la apartó de la trayectoria del autobús. Después de eso la llevó a la acera, y la dejó en tierra. Toda la gente estaba impresionada. La niña le abrazó con fuerza, le dio las gracias y dejó alguna cosa en la palma de su mano. Después, igual de feliz y despreocupada que antes, pero con mas precaución, continuó su alegre camino.

Una vez que la niña se había alejado, y que la gente estaba ya recuperada de la impresión, Carlos abrió la palma de la mano para ver que le había dado la niña, y descubrió que era una pequeña campanilla dorada… otra vez la película del gran James Stewart hacía acto de aparición. Carlos no pudo reprimir una sonrisa divertida. Cogió la campanilla con las puntas de dos dedos y la hizo sonar.

En aquel mismo instante, la estrella de Navidad de uno de los escaparates de la calle se encendió misteriosamente.

En aquel mismo instante, seguramente, un ángel había recibido sus alas.

La Campanilla Dorada VI

Carlos se dio la vuelta, medio molesto. Casi se le caen las botellas de la mano. La sangre se le congeló al momento al ver frente a él a una mujer absolutamente idéntica a Amparo, como si fuera una gemela, pero lo suficientemente diferente como para que Carlos supiera que no era ella. La mujer parecía saberlo todo de el y eso le asustó y le irritó al mismo tiempo. La mujer le dijo que no debía de hacer lo que pensaba hacer aquella noche. Que no era su destino. Carlos no le hizo ningún caso. Pagó les botellas, salió de la tienda y se dirigió directamente a su casa sin pararse en ningún sitio.

Su sorpresa fue mayúscula cuando al entrar en su casa, descubrió a la misma mujer que había conocido momentos antes en la licorería, sentada delante de el, en su silla, apoyada en su mesa. La sensación de Carlos era indescriptible. Por un lado le irritaba que esa mujer no le dejara tranquilo; por la otra le preocupaba saber como lo había hecho para llegar a su casa antes que el y entrar dentro sin tener la llave. Y, aún por otra parte más, esta mujer era tan parecida a su añorada Amparo, que el pobre Carlos casi temblaba de la impresión.

-Carlos, no lo hages. No es tu destino. No debes hacerlo..

-Perdona, pero…¿Quien eres tu? ¿De donde has salido? ¿Como sabes quien soy? Y, sobretodo, ¿que te importa lo que yo haga con mi vida?

-Me importa, porque mi misión es evitar que te suicides y que caigas en ese error que sería fatal y tendría consecuencias fatales para otras personas que están inevitablemente ligadas a ti, aunque tu ni tan solo las conoces.

-Mira tía, no me vengas con chorradas. ¿Que eres tu? ¿Una especie de ángel que está tratando de cumplir una misión para conseguir sus alas?- Dijo Carlos, en tono absolutamente irónico, recordando la película “¡Que bello es vivir!”, que Amparo i el solían ver todas las navidades.- Pues si es así me sabe muy mal por tí, pero te aseguro que si depende de mí no lo conseguirás.

Con paso airado y decidido, Carlos fue al mueble del que sacó la pistola. Se apuntó con ella directamente a la cabeza y estaba a punto de disparar cuando la mano de la mujer lo paró con firmeza y le imploró que no lo hiciera.

-¿Pero por qué? ¿¿¿Por qué no debo hacerlo????

Gritó Carlos absolutamente desesperado.

-Por que si tu te suicidas esta noche, una niña inocente morirá.

Esta afirmación tan grave dejó boquiabierto a Carlos, que miró a la mujer estrañado y le pidió que se lo explicara con más calma. Pero la mujer respondió que eso no era posible, que ya había hablado mucho y que ella había hecho todo lo que estaba en su mano. Y dicho esto, desapareció sin más.